domingo, 3 de abril de 2016

La poesía de Melquiades Álvarez

Palabras que ven

  El artista gijonés Melquiades Álvarez se adentra con “La vida quieta” en la poesía, presente siempre en su obra pictórica y con la que comparte la mirada de su particular sosiego neorromántico

 



Detalle del dibujo de Melquiades Álvarez.
Detalle de uno de los dibujos incluidos en el libro 'La vida quieta' de Melquiades Álvarez.




La vida quieta
Trea. Gijón, 2015

La poesía estuvo ahí desde el principio. En los pinceles, en los tintes, en los lienzos. Más allá de los espacios de lo material, de las herramientas de transformación artística, la poesía siempre habitó en la mirada de Melquiades Álvarez (Gijón, 1956). Desde los primeros trazos, supimos que la palabra, ese aliento verbal que nos civiliza, era inseparable de la labor pictórica del artista gijonés.La vida quieta” (Ediciones Trea, 2015) es la constatación de que Melquiades Álvarez no sólo conoce la amistad de las imágenes. También ha hecho suya la permanente compañía de las sílabas que le han permitido deletrear el entorno más próximo, enhebrar con el don de la lengua un mundo singular y pequeño, pero abierto a los otros en la búsqueda de una fidelidad senti-mental.En diciembre de 2015, en la sala Gema Llamazares (Calle Instituto, 23, Gijón), Melquiades Álvarez, acompañado por el poeta y cronista de arte Juan Carlos Gea, presentó su última creación. El objeto, en esta ocasión, es un libro poético, tejido con palabras e imágenes. Nunca fue ajena la palabra al decir pictórico de Melquiades Álvarez. Su bibliografía es amplia. Un repaso a los catálogos de sus diferentes exposiciones, desde las iniciales de mediados de los años setenta del siglo pasado, hasta ese singular volumen, “Caminos” (Trea, 2010), al que Jordi Doce puso buena letra, en este caso de textos ajenos, permite repasar una trayectoria en la que la estrofa ha sido un complemento que dota de lenguaje a sus cuadros. No falta en este volumen la imagen pictórica, la materialidad del lápiz, en esos quince dibujos que acompañan a los textos escritos en las tres últimos lustros. Se aprecia desde el primer verso que esa tarea callada de la escritura ha sido una aliada de Álvarez en la construcción de la pintura.Melquiades Álvarez certifica que sabe mirar el mundo, que intenta comprenderlo y trata de comunicarlo. Da lo mismo que sea con las artes plásticas o con las de la palabra. Su tarea, en la lealtad a un espíritu artístico en equilibrio con la naturaleza y los seres vivos, es la de hacernos ver con una mirada distinta la cotidianiadad, huyendo de la vacuidad y esterilidad del discurso manoseado por el deterioro de las lenguas. Y para ello no necesita alambicamientos ni fuegos fatuos. La metáfora de la sencillez y la expresión silente son atributos de la poesía de Melquiades Álvarez. En palabras del sabio Emilio Lledó, el artista gijonés ha sabido encontrar “un lenguaje que se dice a sí mismo”.Su referencia es el romanticismo. Si en su obra está bien aprendidas las lecciones del legado septentrional del ochocientos de Caspar David Friedrich, William Turner o John Constable, con la “desposesión del paisaje”, en palabras de Rafael Argullol, la poesía de Melquiades Álvarez recibe la herencia de los poetas atraídos también por el abismo y el laberinto. Pero con la ponderación y el sosiego necesarios de un neorromanticismo contemporáneo para no desmoronarse por los barrancos de la estridencia. El infinito de Giacomo Leopardi, los ideales de belleza y de verdad de John Keats o el sueño rebelde frente a la razón de Hölderlin están en los versos de Melquiades Álvarez.No renuncia en su obra a la presencia del hombre, pervive, pero es la naturaleza de las pequeñas cosas la que adquiere el protagonismo central, con esas luces del amanecer, ese “passaro solitario” del poema “Cernica” o los árboles escuálidos del invierno. Incluso, uno de sus dibujos (página 42), que acompaña el poema “Despedida”, se hermana con el perfil del Leopardi moribundo. Es una visión de la naturaleza ajena a la inmensidad crepuscular de los maestros románticos del XVIII. Sólo tres versos definen toda una poética, en este caso una actitud ante la vida: “El viento en las ramas/pronuncia/grandes discursos al alma”. Tiene la poesía de Melquiades Álvarez la palabra que pinta las pequeñas felicidades y tribulaciones, con las que mantiene un diálogo interior que conduce a la sabiduría y al bienser, a contracorriente de las leyes de la ignorancia y el bientener de nuestros tiempos. 

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